Nuestro país, lejos de disminuir la desigualdad, la ha incrementado. Recientemente, el INEGI dio a conocer los resultados de su encuesta sobre ingreso por familia. A primera vista, los datos parecieran alentadores, enmarcados en la satisfacción del gobierno por la reducción en el número de pobres. Sin embargo, cuando uno revisa a detalle, las sorpresas no son halagüeñas.
Ya hace muchos años Ricardo Raphael, en su libro “Mirreynato”, establecía que México era como un país de 10 pisos en donde el decil uno y dos estaban muy lejos de enterarse de lo que pasaba en el penthouse. Los habitantes de ese penthouse ni siquiera tenían necesidad de pasar por sus vecinos y saludarlos, dado que podían llegar directamente en helicóptero. Entre tanto, las condiciones de los demás inquilinos se ubicaban en la eterna aspiración de acercarse a ese penthouse, bajo la idea de convertirse en una especie de clase media.
Para lograr el ascenso, muchos creían que bastaba con el esfuerzo, pero la gráfica que nos presenta Oxfam en su último reporte no deja lugar a dudas: a diferencia de lo que señala el INEGI, el promedio de ingresos entre deciles es engañoso.
El diagnóstico de Oxfam México con base en la ENIGH 2024 es contundente: una familia del decil más pobre vive con apenas 70 pesos diarios por persona (2,100 pesos mensuales), mientras que una del decil más rico alcanza ingresos de 4,700 pesos diarios (141,000 pesos mensuales) (Oxfam México, 2024). Por su parte, el INEGI reporta que entre 2022 y 2024 el ingreso corriente promedio mensual por hogar aumentó 10.6 %. No obstante, la desigualdad persiste: los hogares del decil más bajo apenas registran 186 pesos diarios por hogar, frente a los 2,623 pesos diarios del decil más alto (INEGI, 2025). Nota: Oxfam calcula por persona, mientras que INEGI lo hace por hogar y de forma trimestral; se trata de una variación metodológica.
El INEGI presume reducción de pobreza, pero Oxfam exhibe la disparidad: el ingreso promedio del decil más alto es hasta 14 veces mayor que el del más bajo. Y si se compara al decil 1 —con poco más de 2,000 pesos mensuales— con el 1% de los más ricos, la brecha es abismal: estos últimos perciben más de 900,000 pesos al mes.
Entre los deciles 1 al 7, la gráfica es casi plana; se incrementa levemente en los deciles 8 y 9, pero el decil 10, y en particular el 1%, simplemente son de escándalo. La concentración de riqueza en México no ha disminuido prácticamente nada desde el primer reporte que publicó Gerardo Esquivel al frente de Oxfam, y este último informe vuelve a confirmarlo. La experiencia internacional ofrece pistas sobre cómo corregir este rumbo. En Francia, por ejemplo, se aplican esquemas fiscales progresivos que gravan directamente la riqueza. El Impuesto sobre la Riqueza Inmobiliaria (Impôt sur la Fortune Immobilière, IFI) se aplica a los patrimonios inmobiliarios netos que superan 1.3 millones de euros (Notaires de France, 2025). Asimismo, el impuesto a las herencias y donaciones establece tramos progresivos que alcanzan tasas de hasta 40% para los montos más altos (Ministère de l’Économie, 2025). En cuanto a la propiedad, las segundas viviendas no gozan de beneficios fiscales especiales y pagan tasas plenas, (Service Public France ,2025).
La comparación ayuda a dimensionar nuestra desigualdad:
Imaginemos dos familias:
- Familia del 1% más rico (decil 10): con ingresos de hasta 900 mil pesos mensuales, una vivienda de 3 millones de pesos representaría apenas el 27% de su ingreso anual. Es decir, podría comprarse una casa al año sin mayor dificultad.
- Familia del decil 1: con apenas 2,000 pesos mensuales, una vivienda de 3 millones equivaldría al 12,500% de su ingreso anual, lo que significa que necesitaría más de 125 años de ingresos completos para adquirirla.
Hagamos un cálculo: si la familia del decil 1 ahorra, digamos, el 20% de su ingreso (400 pesos al mes), necesitaría:
$ 400 ×12 (meses) / $3,000,000 (valor de la casa) = $4,800 / $3,000,000 = 625 años
Incluso si pudiera ahorrar la mitad (1,000 pesos), tomaría aún 250 años. Aunque el ejemplo es ilustrativo, refleja la enorme distancia social que separa a ambos extremos.
Ahora bien, lo que nos dice la experiencia de otros países es que la riqueza puede grabarse de forma distinta a como se hace en México. El que debe pagar más es el que tiene más ingresos. Hoy por hoy, el costo de los impuestos para los deciles de menores ingresos termina representando un mayor peso relativo que para los de mayores ingresos. Podría argumentarse que ese 26% del ISR aplica a todos por igual, pero no es lo mismo ese 26% para quien gana 5,000 pesos al mes que para quien percibe casi un millón.
La conclusión es clara: si bien ha disminuido el porcentaje de pobres gracias al incremento del salario mínimo, este no puede seguir aumentando de manera indiscriminada, este método, por sí solo y sin mecanismos fiscales redistributivos como en Francia, no es sostenible ni viable. México necesita un sistema en el que quienes más tienen aporten más y no seguir confiando en que los pisos bajos del edificio algún día llegarán al penthouse sólo por obra de la inercia económica.
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