El repentino giro de los jóvenes hacia la derecha, particularmente en países con una sólida clase media, y otros de no tanta, pone en evidencia que el común denominador pasa por el voto, pero no necesariamente por las causas que lo explican. En esta ocasión me referiré a cuatro casos puntuales para advertir qué hay detrás de cada uno.
En el caso de Europa, recientemente el suplemento semanal de El País publicó una serie de entrevistas que ilustran una tendencia registrada también en datos oficiales. Para España, los jóvenes expresan un descontento creciente hacia los migrantes, alimentado por la percepción de un desplazamiento en los beneficios sociales y en el acceso a vivienda. Los datos de Eurostat muestran que 35% de los extranjeros extracomunitarios reciben algún tipo de prestación social, frente al 25% de ciudadanos españoles (Eurostat, 2024). Además, el precio medio por m² de vivienda alcanzó en 2024 los 2 mil 113 euros, mientras que la tasa de emancipación juvenil es de las más bajas de Europa, situándose en un 16.3% para los menores de 30 años (Consejo de la Juventud de España, 2023). En este contexto, el temor a quedar fuera del mercado de vivienda se convierte en un catalizador del voto conservador.
Esto es muy distinto a lo que ha sucedido en Argentina. El triunfo reciente de la coalición “La Libertad Avanza” en las elecciones parlamentarias tiene raíces en otra dinámica. La clase media argentina enfrenta uno de los contextos más adversos de las últimas décadas: 41.6% de pobreza, inflación anual de 211.4% y un riesgo país que ronda los mil 200– mil 400 puntos (INDEC, 2024; BCRA, 2024). Ese clima de vulnerabilidad económica influyó decisivamente en sectores juveniles y de clase media, que respaldaron a la fuerza libertaria.
Mención aparte merece Chile, que celebrará elecciones presidenciales y parlamentarias este año. Es probable que a la segunda vuelta avance la candidata de izquierda Jeannette Jara, de la derecha tradicional José Antonio Kast y de la extrema derecha, el libertario Johannes Kaiser la acompañen. Sin embargo, las razones del comportamiento juvenil chileno también son distintas. Aunque Chile ha mantenido un crecimiento económico sostenido de 2.7% en 2024 (Banco Central de Chile, 2024), las oportunidades para los jóvenes se perciben estancadas: el desempleo juvenil alcanza 18.5%, uno de los más altos de la región (INE Chile, 2024). Las tensiones actuales provienen del acceso restringido a vivienda, costos urbanos y escasas expectativas de desarrollo.
Finalmente, México. Este fin de semana tuvo lugar la marcha convocada originalmente para la llamada “Generación Z”. Si bien la invitación estaba dirigida a jóvenes a la movilización se sumaron personas de distintos sectores: opositores al régimen, dirigentes partidistas, líderes de organizaciones civiles y también un número reducido de jóvenes. La marcha fue numerosa y, en algunos momentos, reprimida, lo que generó imágenes que dieron la vuelta al mundo. El gobierno, por falta de tacto, permitió que estas escenas reforzarán la narrativa de intolerancia.
En México, sin embargo, la situación es otra. Las preocupaciones principales de los jóvenes no son la migración ni la pérdida de beneficios sociales, sino la vivienda, los salarios y la precariedad. El salario promedio para personas de 25 a 34 años es de 13 mil 478 pesos mensuales, y el costo promedio de una vivienda en la Ciudad de México supera los 3.5 millones de pesos (ENOE–INEGI, 2024; SHF, 2024). El Infonavit reporta créditos promedio entre 580,000 y 900,000 pesos, muy por debajo del monto necesario para adquirir un inmueble (Infonavit, 2024). La informalidad laboral juvenil asciende a 55.4% y el desempleo juvenil a 6.9% (INEGI, 2024). La movilidad social es mínima: 94% de quienes nacen en hogares pobres permanecen en pobreza o vulnerabilidad (CEEY, 2022). Todo ello explica por qué los jóvenes mexicanos se movilizan desde expectativas rotas.
En este sentido, México no se parece ni a España, ni a Argentina, ni a Chile. Lo que une a estas juventudes no es una ideología, sino un horizonte de frustración. En los próximos años probablemente veremos nuevas marchas y protestas juveniles. Habrá que observar si, con los resultados electorales chilenos se confirma que las causas que explican el comportamiento juvenil son distintas en cada país, o si existe un verdadero giro conservador global.
En el fondo subyace una pregunta que conviene no eludir: ¿hemos llegado al punto en que todo lo que no es progresismo, en cualquiera de sus variantes, se etiqueta automáticamente como “fascismo”? El debate público parece haberse reducido al viejo dilema amigo-enemigo, una simplificación que empobrece el análisis, dogmatiza la discusión y nos impide comprender la complejidad real de los procesos políticos contemporáneos.
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