En la misma semana, dos protestas de distinto origen coincidieron en las mismas estrategias: la violencia como lenguaje de ultimátum y el desconocimiento del interlocutor como superioridad moral.
Los jóvenes universitarios que protestan por las elecciones de rector en la UAEMéx pasó de la legitimidad de sus demandas a la violencia como forma de diálogo. Han cruzado el límite de la representación y ahora se mueven en los márgenes de la sinrazón. Desconocer a todos por todo solo exhibe que, de las demandas puntuales, han pasado al discurso naif, que supone que, por ser jóvenes, tienen la razón en todo. Desconocer a la autoridad con la que pretenden dialogar, sin proponer una ruta de encuentro, demuestra que la soberbia no es propia únicamente de los adultos. Muchas de las quejas que incluye su cambiante pliego petitorio rebasan las capacidades institucionales para atenderlas sin un sustantivo aumento de presupuesto. El pensamiento mágico, como vimos en el sexenio de AMLO, puede entusiasmar a los electores, pero carece de viabilidad en el tiempo. Sin mayores recursos, no puede haber ni comedores ni gratuidad en la educación superior. Y el aumento no se dará sin un cambio en la política federal, que en materia de educación camina en sentido contrario al que pretenden los chicos. ¿Si la Universidad no recibe mayores recursos, irán a vandalizar Palacio Nacional? ¿Si sus demandas no son atendidas, no habrá clases hasta que se convenzan de que no todo lo que piden es posible de conseguir?
¿Es posible discutir un nuevo modelo educativo sin que la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (la famosa CNTE) busque, antes que nada, nuevos beneficios, argumentando un compromiso de campaña que es inviable de resolver sin comprometer las ya de por sí precarias finanzas públicas? Al igual que los estudiantes de la UAEMex, los aguerridos sindicalistas de la educación piden garantías sin ofrecer nada a cambio. Hace años, dando un curso en Mexicali, conocí a muchos maestros que se jubilaron a los 50 años, como parte de las negociaciones de aquella sección con el gobierno. Sucede lo mismo con trabajadores de sectores privilegiados como CFE y PEMEX, por citar algunos de los casos más simbólicos. Sin embargo, el grueso de los asalariados no goza de ese tipo de beneficios. El aumento al salario mínimo ha mejorado sus capacidades adquisitivas, pero el Estado no tiene condiciones para soportar las crecientes demandas que provienen del aumento en la edad de los mexicanos que buscan jubilarse. La CNTE lo sabe y, por eso, presiona al gobierno que ha sido su aliado para protestar desde la oposición y que, hoy convertido en gobierno, aprende en carne propia aquel adagio popular: “no es lo mismo ser borracho que cantinero”.
Las protestas universitarias carecen del expertis de la CNTE, pero coinciden en el método, porque a los maestros les ofrecieron acciones que no se pueden cumplir y los jóvenes universitarios, quizá sin saberlo, detonan día con día la legitimidad de sus protestas iniciales, porque sin una agenda clara de negociaciones las posiciones más radicales aceleran el conflicto, pero la autoridad universitaria ha carecido de talento y habilidad para resolverlo. Ni unos ni otros en nuestra universidad tienen claro los pasos a seguir y así, resulta muy difícil resolver un entuerto.
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