Por simplicidad más que por un análisis detallado, se piensa que las elecciones tienen una oscilación “periódica de izquierda a derecha”. De hecho, la escuela norteamericana establece tres grandes parámetros para medir el comportamiento electoral: la escuela de la elección racional de Anthony Downs, donde el elector decide el sentido de su voto en función del resultado que tiene el gobierno “en sus bolsillos”, es decir, cuánto le afecta la economía, y en consecuencia tiene con frecuencia un voto retrospectivo; luego se encuentra la escuela sociológica de Paul F. Lazarsfeld, que trata de interpretar rasgos y patrones culturales que se repiten prácticamente de generación en generación y que ha dejado de ser tan influyente porque, salvo el caso de Estados Unidos o de algunos otros sistemas bipartidistas en donde claramente se encuentra la división ideológica entre liberales y conservadores, en el resto del mundo lo que estamos viendo es la emergencia de líderes mesiánicos, populistas, conservadores-nacionalistas-nativistas. Es decir, hay una pléyade de circunstancias que no siempre se ajustan a ese criterio dicotómico. También puede decirse lo mismo de la escuela psicológica, en cuyo caso las afectaciones del entorno pueden influir de manera determinante.

Como tal vez se podría apuntar, en el caso de Argentina, recientemente hubo elecciones, el partido del presidente Javier Milei obtuvo aproximadamente 40.8 por ciento de los votos en las elecciones legislativas de octubre de 2025 y pasó de 37 escaños a 64 escaños en la Cámara de Diputados.

En el caso sudamericano, hay muchas razones económicas que pesan negativamente sobre el gobierno, sin embargo, la amenaza de Trump a su homólogo de que perdía las elecciones “perdería” también su apoyo (préstamos), para un número importante de electores indecisos o independientes (clase media y librepensadores) los efectos de un mayor crisis es insoportable y prefirieron darle un voto de confianza a Milei en vez de sentirse descobijados por el capitalismo

Ahora bien, lo que tenemos a la vista son nuevas elecciones en Chile y ahí ya no es tan fácil replicar los modelos anteriormente descritos. Comencemos con lo elemental: Chile tiene una de las economías más prósperas en el subcontinente, pero de la mano de esa economía también tiene uno de los mayores problemas: la concentración de la riqueza en el uno por ciento de los más ricos limita el desarrollo de los más pobres. Esta división social, históricamente entendida como clivajes, es la que ahora determina en buena medida ese “voto en contra”, en donde el elector ya no está a favor de un proyecto sino está en contra de otro.

El caso de Chile es paradigmático porque han gobernado en los últimos años diferentes expresiones. El actual presidente es realmente joven: Gabriel Boric, de 39 años. En este caso no hay reelección inmediata, pero podría volver a las urnas más adelante si el saldo que deja su gobierno lo permite.

Así, el 16 de noviembre representa un momento decisivo para la configuración del poder político en Chile. Según el informe de la plataforma DecideChile, más de mil 200 nombres se inscribieron para competir en noviembre, con un 28 por ciento de debutantes, mientras tres cuartos de los actuales diputados buscaban la reelección. En la parte parlamentaria, se inscribieron más de 1 200 candidaturas para las cámaras, lo que da cuenta de una contienda amplia y competitiva. (DecideChile, 2025)

Una particularidad del sistema chileno es que no es un sólo partido dominante el que habitualmente conforma la mayoría parlamentaria, sino que son las alianzas de partidos (pactos electorales) las que ejercen la mayoría de facto. Las coaliciones, conglomerados de partidos que se agrupan para competir juntos, son fundamentales en la política chilena.

Por tanto, el foco no está únicamente en “qué partido tiene la mayoría”, sino en “qué alianza consigue articular suficientes escaños para gobernar”. Al respecto, el informe parlamentario muestra que los grandes pactos electorales concentran la mayor parte de la reelección y del volumen de candidaturas frente a partidos emergentes que optan por caras nuevas.

En el momento previo a esta elección, los análisis anticipan que las alianzas de derecha podrían alcanzar una mayoría inédita en ambas cámaras, lo que les permitiría desplegar su agenda con mayor margen. (Biobío Chile, 2025)

La gobernabilidad dependerá de si la presidencia electa logra articular una mayoría parlamentaria dentro de su alianza; de lo contrario, las reformas podrían estancarse y dar paso a una crisis política. La renovación simultánea del Ejecutivo y el Legislativo abre un posible cambio de ciclo, donde las alianzas, más que los partidos, son determinantes: según el Centro de Estudios Públicos (2025), el 42 por ciento votaría por candidatos de derecha en el Congreso, frente al 29 por ciento que lo haría por la izquierda, lo que perfila una ventaja para la derecha y centro-derecha; sin embargo, la fragmentación crece, con más de mil candidaturas inscritas y un 28 por ciento de debutantes, lo que aumenta la incertidumbre sobre la cohesión futura y la dirección legislativa (DecideChile, 2025). En suma, el 16 de noviembre será decisivo para saber si Chile avanza hacia una nueva dirección política con capacidad de gobernar, o si la falta de mayorías prolonga la inestabilidad y el desacuerdo.

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