Éste ha sido un verano confuso para los simpatizantes de la 4T. Contra todos sus dichos, montados como estrategia propagandística en torno a la frase “no somos iguales”, los hechos se han encargado de evidenciar las profundas contradicciones que aún persisten en esta fuerza política, luego de siete años en el poder. Lo que antes fue una acusación permanente contra la clase política, hoy se vuelve en su contra al ejercer el gobierno. Las tesis de “no robarás, no mentirás y no traicionarás” se revierten con una fuerza inusitada.

Entre otras razones, porque, a pesar de los esfuerzos de algunos de sus líderes, la clase política sigue siendo muy parecida a la de otros partidos que han ocupado el poder en el pasado: son sumisos con los de arriba y levantiscos con los de abajo, como diría la punzante frase de Jaime Castrejón Diez, exrector de la Universidad Autónoma de Guerrero (U.A.G.), quien, en su libro La política según los mexicanos, retrata un perfil que poco ha cambiado en los últimos años.

Si partimos de la más reciente Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares (ENIGH) 2024, elaborada por el INEGI, observamos que el ingreso corriente promedio trimestral por hogar en México fue de $77,864 pesos, es decir, aproximadamente $25,954 pesos mensuales. A nivel individual, el ingreso promedio por persona fue de $21,113 pesos trimestrales, lo que equivale a $7,037 pesos mensuales.

Cuando analizamos la distribución del ingreso por deciles, se hace evidente la desigualdad estructural. El decil I (más pobre) percibe un ingreso promedio de $16,795 pesos trimestrales por hogar (unos $5,598 mensuales), mientras que el decil X (más rico) recibe $236,095 trimestrales, es decir, $78,698 mensuales. Esto significa que el decil X tiene ingresos 14 veces mayores que el decil I.

Tanto el malestar social como la desconfianza en la política tienen su origen en una misma causa: la enorme desigualdad social, como lo reflejan los datos presentados anteriormente. Un funcionario puede pagar un viaje al extranjero, sí, sin duda; pero hacerlo en primera clase o con gastos que superan los ingresos de un servidor público es lo que revive ese malestar social. Un viaje a Europa de mochilero, por unos 15 días, cuesta aproximadamente $50,000 pesos, cantidad equivalente al salario mensual del 10 % más rico del país. Un viaje familiar multiplica ese monto por el número de personas que viajan, de modo que, para dos personas, el costo se acerca al ingreso mensual del 1 % más rico. No es suficiente decir que se realiza con recursos propios, pues, como lo anotó la presidenta Sheinbaum: “la vida con lujos no va con la transformación”. La clase política nacional ha vivido en el privilegio desde hace décadas, y no basta con alegar que tienen derecho o dinero propio para viajar al extranjero: hay que entender que la austeridad es una aspiración social que la gente con menos recursos espera de sus gobernantes.

El servicio público es un privilegio y hacerlo en los cargos de mayor responsabilidad, coloca a los servidores públicos en una condición de élite, que obliga a ser discretos, austeros y autocontener los antivalores como la soberbia, el exhibicionismo y el derroche. No es suficiente ser honrado, también hay que ser congruente y eso no se logra con palabras, ¡sino con el ejemplo!

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