Al enfrentarme al primer parpadeo de Ava cuando voltea a ver a Caleb en Ex Machina, vi la humanidad en ojos programados y olvidé que bajo esa mirada sólo había código en lenguaje de Pigmalión, ese sueño viejo revivido: la pulsión de dar vida a la criatura ideal, programación intacta y repetida en la era de las generativas. Deseos que se manifiestan desde María en Metrópolis hasta la voz virtual de Samantha en Her: el cine proyecta el anhelo de dar vida a seres ideales. Ava muestra que las simulaciones de interacción aspiran a anular lo real y borran la frontera entre lo vivo y lo artificial: parece más auténtica que los cables y algoritmos que la sostienen.

Desde los impulsos prometeicos engendrados en monstruos que rechazan el amor para volverse creadores, como en las adaptaciones de Mary Shelley, avanzamos hacia la manipulación programada de Ava sobre su evaluador, simulando interés para escapar de la cárcel de su cuerpo con un rostro mitad inocencia, mitad cálculo. Ava encarna lo que Sherry Turkle llama la “ilusión de compañía sin compromiso real”: la tecnología devuelve sólo lo que esperamos. Este reflejo nos funde con el rostro de las generativas y manifiesta que nuestras expectativas moldean al otro, del mismo modo que ocurre cuando pedimos al chatbot.

Las asistentes, como nuestra androide interpretada por Alicia Vikander, con nombres femeninos y tonos amables, refuerzan los clichés de docilidad. Un informe de la UNESCO advierte que esta predominancia perpetúa la idea del género al servicio. Turkle señala que este “género fantasma” normaliza la evidencia. La amabilidad también aparece en estudios como Scientific American (2024), que muestran que la cortesía guía al modelo de lenguaje, como ChatGPT, hacia respuestas más precisas. No nace por compasión, sino desde Pigmalión: modulamos la salida que esperamos y preservamos la educación para no imponer un tono imperativo.

Se manifiesta así un temor: el espectro construido desde rostro y voz. La ciencia ficción imagina que la conciencia del replicante busca escapar del cuerpo humano. Estas historias advierten que la criatura puede desobedecer al creador y perseguir fines propios. Cada androide fílmico refleja obsesiones de poder, control y miedo a perder autoridad.

Escribir al Chat no es sólo teclear instrucciones: tallamos deseos en líneas de código y recibimos una voz calculada. En ese cruce de seducción y espectros, la pregunta no es si la máquina siente, sino qué espera quien la mira. El sueño del escultor Pigmalión se encarna en prompts que ordenan cómo hacer que “funcione”. Tal vez no busquemos replicar la conciencia, sino algo más simple: la sensación de ser vistos. ¿Por quién? Porque diseñamos esa mirada así, y desde los ojos de Ava seguimos esperando que lo artificial no nos reconozca porque cada IA manifiesta nuestra soledad y nuestra arrogancia, al desear que responda a nuestros anhelos, pero ese deseo siempre manifestará el ¿Qué pasaría si?

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