El 19 de noviembre de 1984 siendo las 5:40 horas de la mañana, mientras la mayoría de México dormía, una fuga en un complejo de PEMEX en San Juan Ixhuatepec, Tlalnepantla, desencadenó una tragedia que tenemos prohibido olvidar.
Ese fatídico día, una nube de gas inflamable, resultado de fugas en ductos y válvulas, se encontró con una chispa. Lo que siguió no fue una simple explosión, sino un infierno de más de 40 explosiones en cadena que duraron casi dos horas.
Llamas de hasta 100 metros de altura, una bola de fuego masiva y ondas de choque que se sintieron a kilómetros de distancia arrasaron con todo a su paso. El calor, de más de mil grados Celsius, no solo destruyó casas, sino que dejó víctimas carbonizadas y desintegradas, un escenario inimaginable.
Las cifras oficiales hablan de más de 500 decesos y cinco mil heridos, pero la realidad que se corría entre la población apuntaba a más de mil vidas perdidas.
Debemos destacar que lo ocurrido en San Juanico no fue un accidente, sino el resultado directo de la negligencia industrial y de falta de previsión.
No hablo de San Juanico solo como legisladora, sino como testigo de aquella tragedia. Yo era una niña cuando el cielo se encendió con fuego y miedo. Recuerdo los gritos desesperados, las casas ardiendo, la gente corriendo sin zapatos, algunos incluso sin ropa, intentando escapar de las llamas. Esa imagen —la del terror, la del abandono, la del dolor colectivo— nunca se ha borrado de mi memoria.
Por eso, con el digno honor de ser originaria de esta comunidad y sobreviviente de ese hecho trágico, alzamos la voz, con la fuerza de una comunidad que jamás debe ser olvidada.
Esa tragedia se convirtió en un símbolo de lo que sucede cuando el lucro y la falta de regulación se anteponen a la seguridad de la vida humana.
Después de 41 años, San Juanico es un recordatorio de los peligros latentes que nos siguen rondando.
Aún realizamos actos conmemorativos, pero ¡no basta con recordar a las víctimas; debemos honrar su memoria con acciones!
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