El Mundial 2026 será una vitrina para México ante el mundo. Más allá del fútbol, el país será evaluado por su capacidad para recibir, organizar y ofrecer experiencias memorables. La Ciudad de México, Monterrey y Guadalajara concentrarán los partidos, pero su impacto alcanzará a las ciudades cercanas. Toluca, capital mexiquense, tiene una oportunidad histórica para consolidarse como destino periférico de alto valor cultural y turístico.

Su ubicación estratégica, patrimonio, gastronomía y conectividad la posicionan como un complemento ideal. Pero ningún visitante se quedará donde no encuentre dignidad urbana. El rostro de la ciudad es su espacio público, y el Centro Histórico su corazón simbólico. Lo que ocurra allí será reflejo de nuestra capacidad de organización.

Hasta diciembre de 2024, el centro ofrecía orden, limpieza y equilibrio funcional. Un entorno que convocaba y acogía. Sin embargo, en los primeros meses del 2025 se ha registrado un incremento desordenado de comercio informal, afectando la percepción del espacio. Comentarios recientes como “ya no queremos venir al centro, está feo”, contrastan con elogios pasados. El deterioro es visible.

La recuperación del orden no es solo una cuestión estética: es una necesidad colectiva. En el centro de Toluca confluyen comerciantes, visitantes, vecinos y tres niveles de gobierno. Allí también coinciden empresarios, actores políticos diversos y ciudadanía. Ordenarlo y embellecerlo no es un capricho: es prueba de que somos capaces de coordinarnos por encima de diferencias.

Esto no implica criminalizar la necesidad. Condenar a una persona al filo de una banqueta no es ayudarla: es invisibilizar su realidad. El comercio informal merece respuestas humanas, no omisiones institucionales. Regular no es excluir: es integrar con reglas y respeto.

Tolerancia y talento deben guiar toda transformación. Tolerancia para escuchar; talento para diseñar soluciones donde la legalidad no excluya la dignidad. Porque ordenar no es imponer, es construir un acuerdo colectivo.

El legado del Mundial no se medirá solo en cifras. Se medirá en nuestra capacidad para ofrecer ciudades funcionales, limpias, justas y acogedoras.

Porque el orden público no es un lujo: es un derecho. Y una ciudad que lo garantiza, honra a sus ciudadanos… y se honra a sí misma.

Pero también es legítimo preguntar: ¿a quién conviene mantener a alguien condenado a la banqueta?, ¿quién recoge los beneficios del desorden tolerado?, ¿hay intereses que se nutren de la informalidad?, ¿estamos ante una omisión… o una forma rentable de inmovilidad?

Toluca no puede evadir esas preguntas. Y si quiere estar a la altura del Mundial, debe responderlas con integridad, visión y decisión.

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