El pasado 10 de septiembre de este 2025, el activista conservador Charlie Kirk, cofundador de Turning Point USA, fue asesinado de un disparo durante un evento al aire libre en la Utah Valley University y el video de este impactante y a la vez lamentable suceso se hizo viral en cuestión de minuto. Autoridades estatales y federales capturaron al probable responsable de 22 años, y el gobernador de Utah ha calificado el hecho como un atentado político mientras se investigan los motivos y las redes de influencia que lo rodearon.
En este contexto, el caso de Charlie Kirk es necesario estudiarlo no sólo como un delito violento, sino como una ventana (incómoda pero necesaria) a la dinámica del extremismo violento contemporáneo. Si no se estudia con rigor y enfoque preventivo, poco importa la ideología de origen (política, social o religiosa): las mismas lógicas de deshumanización, polarización y legitimación de la violencia pueden derivar en conductas con tendencias terroristas. Dicho de otro modo: el punto no es quién habla más fuerte, sino quién cruza el umbral hacia la violencia y por qué y ojo no me refiero únicamente a Estados Unidos el extremismo violento se comienza a percibir como una amenaza constante en toda América Latina.
Según el parte oficial, Kirk fue abatido de un solo disparo durante un evento masivo de formato de “debate abierto” con estudiantes. Días después, la policía y el FBI confirmaron la detención de un probable agresor; el gobernador de Utah, Spencer Cox detalló que el individuo habría mostrado un deterioro personal en meses recientes, y que se investigan sus consumos mediáticos y su actividad en línea. Al mismo tiempo, universidades de diversos estados reportaron un repunte de llamadas falsas, conocidas como “swatting” tras el asesinato, lo que añadió presión operativa y miedo colectivo. Nada de esto es anecdótico: el modus operandi, la elección del objetivo (una figura polarizante y de alto perfil) y las reacciones digitales que siguen al hecho son parte de la ecología contemporánea del extremismo.
La prevención moderna de la violencia dirigida y del terrorismo, al menos en Estados Unidos asume que muchos actos son prevenibles si se interviene antes de que la conducta escale a la violencia. Para ello, el Departamento de Seguridad Nacional (DHS), a través del Center for Prevention Programs and Partnerships (CP3), financia y coordina programas locales que trabajan con escuelas, universidades, autoridades y sociedad civil. No se trata de perseguir ideas, sino de detectar comportamientos de riesgo, brindar rutas de ayuda y activar protocolos de evaluación/gestión de amenazas, sin embargo la mayoría de naciones del continente no cuentan con este tipo de programas lo que ha generado un aumento de casos de extremismo violento en la región a pesar de la existencia del Plan de Acción para Prevenir el Extremismo Violento de Naciones Unidas (2015–2016) insiste en anteponer la prevención, reforzar instituciones, educar en derechos humanos y trabajar con factores de riesgo psicosocial y comunitario. UNESCO sintetiza la idea: “nadie nace extremista violento; se forma y se alimenta” —la educación y la resiliencia son herramientas clave. La verdad es que en la praxis es letra muerta.
3) La caja negra de la radicalización: de la retórica a la acción
En los últimos años ganó tracción un concepto polémico pero útil para el análisis de riesgo: “terrorismo estocástico”. En términos generales, describe la posible relación entre discursos públicos deshumanizantes o incendiarios y actos violentos cometidos por actores solitarios, de forma estadísticamente previsible pero individualmente impredecible. La literatura académica y técnica lo discute (y matiza su utilidad legal), pero coincide en que la retórica pública puede bajar umbrales de inhibición en audiencias predispuestas. (Cof cof…como en muchos países latinoamericanos “guiño guiño”)
Importa subrayarlo en el caso Kirk: analizar la retórica y los ecosistemas informativos no equivale a culpar automáticamente a un orador o a un bando por un delito ajeno. Sí implica, en cambio, mapear cómo ecosistemas de mensajes (algorítmicamente amplificados) crean marcos de “nosotros vs. ellos”, producen “silbatos para perros” o “dog whistles” (un tipo de lenguaje codificado o simbólico que se utiliza para transmitir un mensaje específico a un público o grupo determinado, sin que el mensaje sea evidente o comprensible para la población en general) y normalizan el lenguaje de eliminación, factores que pueden interactuar con crisis personales o mentales del eventual agresor.
Los campus universitarios son hoy nodos de riesgo y oportunidad. Riesgo, porque concentran debates altamente polarizados, públicos masivos y, en algunos estados, regímenes permisivos de armas en espacios educativos (el caso Utah reabrió esa discusión). Oportunidad, porque cuentan con infraestructura para evaluación conductual de amenazas, redes psicosociales, códigos de convivencia y programas de alfabetización mediática. Un enfoque de salud pública (primario, secundario y terciario) permite actuar en cada capa: construir resiliencia comunitaria; detectar y derivar a servicios a quien exhibe señales de riesgo; y gestionar casos críticos con equipos interdisciplinarios.
¿Qué nos dice el caso Kirk sobre todas las ideologías?
La investigación oficial aún perfila el motivo y el itinerario de radicalización del sospechoso. Informes periodísticos indican que familiares refirieron un giro ideológico reciente y un consumo intenso de contenidos en línea; otras notas mencionan contradicciones biográficas (procedencia conservadora vs. posturas emergentes). Más que fijarnos en la etiqueta política, el hallazgo crítico es otro: las trayectorias hacia la violencia son individualizadas, no lineales y mediadas por crisis personales; lo determinante es si el entorno ofrece rutas de contención antes de que un individuo cruce el umbral.
De hecho, la política pública puede acelerar o frenar esa capacidad preventiva. En agosto se reportó un giro de la Agencia Federal para el Manejo de Emergencias (FEMA) para despriorizar actividades explícitas contra el extremismo violento doméstico en ciertos fondos, alentando a reetiquetar proyectos bajo otras prioridades. Más allá de los matices partisanos, cualquier reducción abrupta en prevención —sin evaluación de impacto— resulta contraproducente frente a un fenómeno que se alimenta de ciclos de atención y abandono.
Recomendaciones prácticas (aplicables más allá de EE. UU.)
- Hablar de conductas, no de ideas. Las universidades, partidos, iglesias, sindicatos y empresas necesitan protocolos de evaluación de amenazas conductuales que miren señales: fijación con agravios, fugas de confidencias (“leaking”), búsqueda de medios, ensayo, intención comunicada. Destigmatizar la derivación temprana a apoyo psicosocial.
- Transparencia y “guardrails” en plataformas digitales. La frontera entre “contenido no ilegal pero dañino” y apología abierta de la violencia requiere reglas de diseño: frenos algorítmicos el “brigading”, detección de “dog whistles” contextuales y rutas de alerta hacia equipos de prevención locales que identifiquen como un vacío recurrente ante el “contenido limítrofe”.
- Currículas de resiliencia y alfabetización informacional. No es pedagogía moralizante: es entrenamiento práctico para reconocer técnicas de deshumanización, propaganda del “enemigo existencial”, narrativas conspirativas y “gaslighting” político. La ONU y UNESCO lo plantean como prioridad civilizatoria, no partidaria.
- Seguridad de eventos sin “militarizar” las universidades. Lecciones del asesinato en Utah: evaluación de escenarios de forma razonable según riesgo, inteligencia de entornos digitales previa al evento, rutas de evacuación y alianzas con equipos clínicos y de bienestar. Ajustar marcos de porte de armas donde corresponda—decisiones soberanas, sí, pero informadas por riesgos reales de violencia motivada.
La conclusión incómoda (y necesaria)
Es posible (y saludable) discrepar con las posturas de Charlie Kirk, su movimiento y sus ideas. También es innegociable defender que la violencia nunca es respuesta en una democracia. Reducir su asesinato a “otro crimen violento” sería una evasión: nos impide ver los engranajes que pueden llevar, a cualquier persona y desde cualquier ideología, a cruzar el umbral de la violencia política. Estudiar el caso con lente preventiva no es criminalizar disensos; es fortalecer las defensas de la sociedad contra todas las derivas que, por la vía de la deshumanización, terminen pareciéndose demasiado al terrorismo.
Lo que está en juego no es la agenda de un bando, sino el perímetro de lo civilizado, no solo en Estados Unidos, ejemplos palpables los tenemos en lugares como Argentina, Colombia, Ecuador, México (ni como negarlo), Perú, Brasil y el reguero de pólvora se extiende por todo el continente. La pregunta obligada es ¿Haremos algo o seguiremos evadiendo el tema?
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