Cuando en México pensábamos que las Maras centroamericanas eran una amenaza muy lejana, ya estaban operando en México y la política en contra de estos grupos instaurada por el presidente de El Salvador, Nayib Bukele, aceleró su migración. Lo que generó que muchos de sus máximos líderes hayan sido arrestados en tierras mexicanas.

Cuando pensábamos que el Tren de Aragua era un problema muy focalizado en Venezuela ya habían llegado hasta Estados Unidos. Hoy se yergue una nueva amenaza que si se consolida a través de grupos delincuenciales mexicanos pondría en riesgo los esfuerzos para solucionar la crisis que en materia de seguridad México cruza.

El PCC surgió del sistema penitenciario brasileño tras una masacre carcelaria en un lejano 1992, ganando relevancia durante la expansión masiva del sistema penitenciario carioca. A través del tiempo, esta organización se ha constituido como una mezcla de organización criminal, grupo de apoyo a reclusos y sus familias, y una especie de colectivo de presión. Es decir, un movimiento social. Supo capitalizar el abandono institucional de las prisiones y la represión estatal para controlar tanto el submundo carcelario como el delictivo en las calles. Posteriormente, se expandió a países vecinos, especialmente Paraguay, Perú, e incluso con pequeñas incursiones en el Ecuador lo que llevó a consolidarse como la organización criminal transnacional más poderosa de América del Sur sin tener la mediatización no deseada que sí generó el Tren de Aragua (TDA)

A poco más de treinta años de su formación, el PCC dio el salto de ser un pequeño grupo de reclusos a convertirse en una poderosa organización criminal transnacional (OCT) con nexos con organizaciones criminales y cárteles en tres continentes. Actualmente esta organización domina los mercados criminales del sureste y oeste de Brasil; controlando las rutas de tráfico más importantes hacia el sur y tiene acceso privilegiado a los principales aeropuertos y puertos del país. Junto con sus aliados, también aumenta su presencia en el noreste brasileño, una región clave como punto de tránsito hacia el Caribe, África y Europa y ha sido señalada como facilitador de tráfico de armas desde Suramérica hasta la frontera sur de México.

El PCC opera bajo un modelo semejante a una cooperativa criminal o sociedad secreta. Esta estructura otorga considerable autonomía a sus miembros, quienes acceden a recursos delictivos como préstamos, armas, protección colectiva y redes de contacto, lo que fortalece la economía criminal en Brasil, incluso hasta “vendiendo” franquicias a grupos delincuenciales locales. Compartiendo estas características con la organización delincuencial de origen venezolano, el Tren de Aragua (TDA)

Su consolidación ha sido posible gracias al control efectivo de los centros penitenciarios, a la regulación de la violencia dentro de los mercados criminales y al apoyo brindado a los internos y sus familias, lo cual le ha conferido prestigio, legitimidad y respaldo popular, particularmente en comunidades marginadas.

Aunque el PCC ha mostrado poco interés en involucrarse directamente en la producción de drogas en países vecinos, su búsqueda de suministros y los conflictos con otras OCT brasileñas lo han llevado a expandirse en redes de distribución regionales, especialmente en Paraguay, Perú y Bolivia donde ha aprovechado la corrupción estructural y la debilidad institucional de los Estados. El grupo ha incurrido en actos violentos contra pandillas rivales y parece estar en posición de disputar el control de algunos sistemas penitenciarios de la región.

Ahora bien, tras un lustro de violencia intensa entre el PCC y sus competidores, se percibe una tregua frágil en los estados del norte y noreste de Brasil. Sin embargo, las causas de esta tregua son múltiples y endebles, entre ellas la segregación de grupos criminales en cárceles y la intervención temporal del gobierno federal en algunas entidades. En el pasado, el PCC ha retomado la ofensiva tras periodos similares de aparente estabilidad.

En los últimos años, la cúpula del PCC ha sido debilitada por la interceptación de sus comunicaciones por parte de las autoridades, los conflictos con organizaciones rivales y la reubicación de sus principales líderes en penales federales. No obstante, la estructura organizativa amorfa del PCC parece brindarle cierta resiliencia ante estos desafíos.

El modelo innovador del PCC ha comenzado a ser imitado (o muchas veces subarrendado) por otras organizaciones criminales, lo cual sugiere que, incluso en el hipotético caso de su total desarticulación, su estructura ha sembrado un modelo criminal más resistente, que representa una amenaza persistente a los esfuerzos de seguridad en todo el continente. Esta organización aunque no se ha asentado aún en nuestro país es candidata digna de seguir sus pasos para evitar lo que ocurrió con el Tren de Aragua, donde muy pocos le dieron importancia y se generó el asentamiento de esta organización en México y Estados Unidos.

hidalgomontes@gmail.com

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