El escenario de la criminalidad transnacional está mutando a pasos acelerados. Lo que hace apenas dos décadas parecía un fenómeno localizado al interior de ciertas regiones mexicanas, hoy tiene ramificaciones directas y peligrosas para funcionarios estadounidenses. En el centro de esa mutación emergen amenazas específicas: carteles mexicanos que, por primera vez con abierta osadía, fijan blancos contra fuerzas policiales en la Unión Americana. Esta nueva realidad (cargada de lógica criminal estratégica y riesgos geopolíticos) demanda reflexión urgente.

Tradicionalmente, los cárteles mexicanos han diseñado sus operaciones con un enfoque defensivo-agresivo: ataque a rivales, cooptación de autoridades locales, corrupción, intimidación pública. Sin embargo, se mantenía un tabú tácito: no atacar frontalmente a las agencias de seguridad estadounidenses, salvo en situaciones extremas. Esa frontera simbólica parece resquebrajarse.

Durante una audiencia del Comité Judicial del Senado de EE. UU., agentes encargados de operaciones transfronterizas advirtieron que los cárteles ya consideran a oficiales estadounidenses como adversarios legítimos, capaces de recibir amenazas o incluso ser atacados. Se discutieron labores de inteligencia y operaciones encubiertas en comunidades estadounidenses que incrementan el peligro.

En paralelo, analistas especializados subrayan que los cárteles ya no actúan solo por territorios o rutas de navegación; se proyectan como redes criminales con capacidades paramilitares, capaces de reivindicar acciones violentas como tácticas de disuasión o chantaje estratégico.

Basta recordar un episodio emblemático: en 1999, Osiel Cárdenas Guillén (cabecilla del Cártel del Golfo) amenazó directamente con armas a agentes de la DEA y el FBI en Matamoros, impidiendo que salieran de la ciudad, y les advirtió que pagarían caro si regresaban. Aunque el incidente no escaló a violencia directa, fue símbolo de la audacia criminal al cruzar una línea roja simbólica. Hoy, esa amenaza parece menos simbólica y más operativa.

En el repertorio de tácticas que los cárteles podrían emplear contra cuerpos policiales estadounidenses, destacan dos:

a) Bounties (recompensas) y amenazas abiertas: Es creciente el uso de recompensas por asesinar o secuestrar oficiales estadounidenses, especialmente agentes de fronteras o de inmigración cuya exposición es mayor en zonas limítrofes. (Existen reportes recientes sobre amenazas económicas explícitas, aunque algunos provienen de medios locales y no están verificados institucionalmente).

b) Inteligencia previa y cibervigilancia: Grupos criminales han demostrado su capacidad técnica para infiltrar redes digitales y sistemas de monitoreo. En un caso divulgado públicamente, el

Con el enrarecido y tenso clima político entre México y Estados Unidos, lo peor que podría pasar en estos momentos es que algún miembro de las fuerzas de la ley en México o Estados Unidos fueran lesionadas o ultimadas por parte de Cárteles Mexicanos, ya que, al ser declarados como grupos terroristas por parte de la administración Trump sería el pretexto perfecto para tener operaciones militares abiertas en suelo mexicano (de lo cual Trump, pide su limosna). Es decir, el presidente norteamericano está esperando que un funcionario norteamericano que esté operando en temas de seguridad con México se tropiece, le de gripa, se pegue en el dedo chiquito del pie con el borde de la cama, le de diarrea para poder generar acciones abiertas en contra de estas organizaciones por lo que, del catálogo de malas ideas, el ofrecer recompensas por funcionarios norteamericanos es la que se lleva el premio a la peor.

Que los cárteles amenacen con armas, drones o ciberataques a oficiales estadounidenses no es una mera provocación retórica: es un claro indicio de que perciben sus límites erosionados. Si esa amenaza se transforma en acción, los daños serían múltiples: pérdida de vidas humanas, crisis diplomática (aunque usted no lo crea se puede poner peor), escaladas militares, crisis institucional regional y un grave golpe a la cooperación transfronteriza.

Pero esa ruta no es inevitable: con anticipación técnica, coordinación legal y refuerzo institucional podemos contenerla. La disuasión es real si Estados Unidos y México están dispuestos a actuar con firmeza, compartir inteligencia y sostener un marco de acción conjunto. De lo contrario, el peligro latente podría convertirse en una guerra encubierta que pagarán con sangre los policías que afrontan la línea más dura de esta compleja crisis.

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