El pasado 25 de junio de 2025, en el Teatro Universitario de la UAEMéx “Los Jaguares”, se presentó Trinidad, de Juan Carlos Embriz y Hugo Salcedo; esta obra de teatro tiene como premisa la visibilización de un crimen de odio cometido en Taxco, Guerrero, contra tres personas en 2018. Ver este tipo de sucesos en el escenario sobre lo vivido por los protagonistas (desde su infancia hasta la juventud) me llevó a preguntarme: ¿hemos cambiado en algo desde entonces en nuestra sociedad? Unos días después de ir al teatro, en el Instituto Electoral del Estado de México (IEEM), se presentó la Guía para la Atención de las Personas LGBTTTI+ en áreas de administración pública del Estado de México y eso me hizo pensar en el motivo de fondo y la relevancia de este tipo de materiales. Por ende, me parece un momento oportuno cuestionarnos: ¿por qué necesitamos guías para recordarnos que todas las personas merecen respeto? El motivo de este texto tiene la intención de reflexionar sobre estas preguntas.

Si bien, tanto la obra como la guía son necesarias en la actualidad, su existencia revela una herida más profunda. Parecieran un antídoto frente a una enfermedad social que se ha naturalizado: la discriminación. Se nos enseñó, a veces con palabras y otras veces con gestos o con omisiones, que había formas de existir aceptables y otras que no, propiciando, durante décadas, la exclusión, el estigma y el silencio.

La discriminación hacia la comunidad LGBTTTIQ+ no es una excepción. Es parte de un sistema de relaciones de poder que excluye, jerarquiza y violenta. Y lo hace, muchas veces, de forma impune. Como señaló Belén Benhumea Bahena, subdirectora de Atención a la Discriminación de la CODHEM, los sectores donde más se discrimina a esta población son los de salud, educación y seguridad. Tres ámbitos clave para garantizar derechos donde paradójicamente se niegan o se obstaculizan.

Frente a esto, guardar silencio también es una forma de complicidad. Por eso, desde el IEEM, se han impulsado acciones que buscan incidir desde lo público y lo institucional con materiales de comunicación con lenguaje incluyente, campañas pedagógicas y la organización de foros, talleres y actividades de sensibilización, sólo por mencionar algunos ejemplos. También se ha trabajado en el diseño de medidas que aseguren el ejercicio pleno de los derechos político-electorales de personas de la diversidad sexual.

Estas acciones no deben entenderse como una estrategia temporal o una medida de emergencia. Se trata de garantizar un derecho humano. Lo político-electoral cobra sentido cuando parte del principio de igualdad jurídica. Sin embargo, el contraste con la realidad muestra que el origen del problema sigue siendo cultural; por ello, la educación cívica con enfoque incluyente podría ser una de las respuestas más duraderas.

Para concluir, considero que no deberíamos necesitar tragedias para reaccionar. Lo que necesitamos son nuevas dinámicas culturales y cívicas que formen desde la base una sociedad que no tolere la exclusión ni la violencia para lograr entender que todas las personas, sin importar su identidad o su orientación, tienen derecho a existir, participar y ser respetadas.

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