En la antigüedad, las montañas eran territorio de misterio y de temor. Se creía que en sus cumbres habitaban dioses, demonios y monstruos mitológicos; entes sobrenaturales capaces de provocar truenos, tormentas, erupciones, avalanchas y otras catástrofes naturales.
Por ello, se les realizaban ofrendas y se levantaban adoratorios para venerarlos y, al mismo tiempo, buscar establecer un puente entre lo humano y lo divino.
Es el caso del cerro del Tepeyac (2280 mts). Las fuentes históricas y las investigaciones arqueológicas refieren que desde la época prehispánica se rendía culto a deidades femeninas asociadas con la fertilidad, el agua y la tierra, entre ellas a Tonantzin, palabra de origen náhuatl que significa: “nuestra madre”.
Después, con la llegada de los españoles, los primeros monjes franciscanos asentados en la región -conscientes de la existencia de aquellas prácticas rituales- decidieron construir una ermita dedicada a la Virgen María, la madre de Dios; así se inició un proceso complejo en el que dos visiones del mundo -cada una con su carga simbólica- convergieron en un mismo sitio sagrado.
Además, tampoco es casual que las principales ceremonias se concentren en diciembre, mes en el que se marca el solsticio de invierno. Recordemos que para los pueblos mesoamericanos este fenómeno registraba el punto más bajo del recorrido solar y, al mismo tiempo, el comienzo metafórico de la renovación.
De esta forma, la montaña cumplía una función como observatorio natural, a partir del cual se organizaba el tiempo, se ajustaba el calendario agrícola y se mantenía una relación entre el cielo y la tierra; sin soslayar que también era un punto estratégico que permitía dominar visualmente toda la cuenca de lo que hoy conocemos como el Valle de México.
Con el devenir del tiempo, la aparente sustitución de un culto, como parte de un proceso de evangelización, forjaría la historia de uno de los santuarios más populares del mundo católico: la Basílica de Guadalupe, ubicada al pie del Tepeyac, abreviatura de la voz náhuatl Tepeyacac, cuya traducción más aceptada por los especialistas es “en la punta del cerro”.
Se trata de un templo que custodia la imagen de la Virgen de Guadalupe (símbolo de fe, identidad y mestizaje), un recinto que une el pasado ancestral con la devoción contemporánea.
Por eso, más allá de su dimensión religiosa, el Tepeyac mantiene una continuidad que trasciende épocas y creencias. El rito antiguo y el fervor actual conviven en una misma geografía, donde millones de personas peregrinan en una ascensión simbólica al lugar donde lo sagrado perdura.
Brújula. Con la llegada del invierno, los reportes de excursionistas extraviados o rescatados en nuestras montañas se incrementan. Por ello, resulta indispensable mantenerse informado a través de fuentes oficiales sobre posibles cierres parciales, restricciones de acceso y condiciones climatológicas en las rutas de nuestras principales elevaciones. Hacer caso omiso de las disposiciones compromete no solamente la integridad individual, sino también la seguridad de los equipos de auxilio.
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