Lo prometido es deuda. Conozcamos al pueblo sherpa, palabra que significa “persona del oriente”, en alusión a la región geográfica del Tíbet de donde provienen. Aunque también se ha convertido en un término para designar a quien se contrata para “portear” (transportar el equipo del excursionista/turista) y referirse también a un guía local de montaña; particularmente, en la cordillera de los Himalayas.

Los sherpas son populares por su extraordinaria fortaleza física y su incomparable conocimiento de las rutas hacia las cumbres más altas del planeta. Tradicionalmente, al servicio de las expediciones comerciales, sobre todo en el Everest (8,848 metros).

Se ha comprobado, científicamente, que el organismo de los sherpas se ha adaptado para hacer un uso más eficiente del oxígeno en su hábitat natural, la cordillera de los Himalayas, en donde viven desde hace cinco siglos; es decir, poseen un metabolismo especializado, a diferencia de los excursionistas, cuyo organismo debe adaptarse a la progresiva falta de oxígeno, según vayan escalando.

Tradicionalmente, se habían dedicado al pastoreo en las laderas de los Himalayas. Y aunque no son el único pueblo (también existen los hunzas, astoris, baltis y magaris), los sherpas encontraron una forma de ganarse la vida en un medio de por sí inhóspito, a cambio de arriesgar la vida en cada expedición. Su principal aliciente no ha sido el espíritu de la aventura. Lo hacen por necesidad. Relegados a un segundo plano, históricamente, a la sombra del conquistador occidental.

Aunque tal condición se ha ido desdibujando, a partir de que comenzaron a profesionalizarse y, sobre todo, entendieron y aprovecharon la lógica del “turismo de montaña”. Ahora, compiten a la par con los extranjeros y empiezan a ser reconocidos. Se habla de dignidad y reivindicación para su pueblo.

Más aún, si en otras regiones montañosas -pensemos en Europa, por ejemplo-, la profesión de guía de alta montaña es tan respetada como cualquier otra, en el caso de los sherpas, no siempre fue así. Durante décadas, se les trató, prácticamente, como animales de carga. Su modo de vida los ha orillado a aceptar “clientes” que carecen de autonomía en la montaña, o de plano, aceptar recates de excursionistas que rayan en el suicidio.

La historia reciente del montañismo no puede entenderse sin la presencia de los sherpas. Han apuntalado, de forma decisiva, tantas páginas de hazañas y proezas como también sobrellevado tragedias y fatalidades.

Las condiciones han comenzado a modificarse, decíamos renglones arriba. Cada vez es más frecuente conocer personajes dedicados a escribir sus propias leyendas. Los sherpas están llamados a ser protagonistas de sus propias historias sin caer en los errores y excesos que han puesto en vilo la viabilidad de sus veneradas montañas.

Precisamente, Kami Rita Sherpa, un afamado guía de montaña con 55 años, logró su 31ª ascensión al techo del mundo. Sí, leyeron bien, su trigésima primera cumbre a nuestra conocida Diosa Madre del Universo. Motivo por el cual ofreció una entrevista al The New York Times. Sus reflexiones parecen premonitorias.

“No veo futuro en la escalada. Por ejemplo, no voy a pedirle a mi hijo que trabaje como guía de montaña. Con el tiempo nos hemos enfrentado a mayores riesgos, y no queremos que nuestros hijos se dediquen a esta carrera. Por eso, creo que habrá una gran escasez de sherpas que trabajen como guías de escalada. Los montañistas extranjeros tendrán que subir sin sherpas”.

Brújula.– Esta semana, el rumbo informativo nos traslada al mítico Parque Nacional de Yosemite, en California, Estados Unidos, donde las autoridades lanzaron un llamado a los visitantes para que derriben aquellos montículos de piedra, “cairns” en inglés, que estén fuera de los senderos oficiales. Lo anterior, como parte de una iniciativa que pretende promover un turismo respetuoso con el medio ambiente. Vaya medida original… ojalá también sea efectiva.

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