La semana pasada referíamos el inicio del montañismo moderno con el primer ascenso registrado al Mont Blanc (4,809 metros) en 1786. Durante el siglo XIX, se expandió la exploración de los Alpes y el montañismo creció gracias a la fundación de los primeros clubes, que comenzaron a fomentar esta actividad como un deporte. No será sino hasta comienzos del siglo XX cuando los alpinistas europeos miren hacia el Himalaya, aunque ya se habían realizado algunas exploraciones preliminares.

En esta etapa, la conquista de las grandes cumbres se convierte en una empresa con mayor énfasis técnico y de planeación. También será el escenario de grandes hazañas, muchas de ellas plasmadas en libros que, sin duda, inspirarían y popularizarían el montañismo (para bien o para mal) a los niveles que hoy conocemos.

Por ejemplo, en este periodo inicia la obsesión británica por alcanzar el Everest (8,848 metros) y, con ello, el origen del mayor misterio sin resolver del montañismo hasta nuestros días…

Se trata de la epopeya protagonizada por el experimentado George Mallory, acompañado del joven y entusiasta Andrew Irvine. ¿Fueron ellos quienes alcanzaron por primera vez la cumbre del techo del mundo? Un siglo después, aún no lo sabemos.

En la década de 1920 se realizaron tres expediciones británicas al Everest. Mallory fue el único que participó en todas ellas. De profesión maestro, sobrevivió a la Primera Guerra Mundial, en la que sirvió como artillero. Su habilidad y destreza para escalar no estaban en duda. Si bien se le reconocía una tenacidad ilimitada, esa misma fortaleza también podía ser una desventaja, dependiendo del enfoque.

Irvine, por su parte, no contaba con la experiencia ni trayectoria de su compañero. Sin embargo, poseía una condición física prodigiosa. Destacaba especialmente por su asombrosa capacidad para manipular los incipientes y pesados equipos de oxígeno embotellado, un factor determinante para convertirse en el compañero ideal en el intento final por alcanzar la ansiada cumbre.

El primer viaje de reconocimiento tuvo lugar en 1921, con el objetivo de encontrar y definir una ruta clara hacia la cima del Everest. Aquel grupo reducido descubrió las severas limitaciones de su equipo y vestimenta, que podría calificarse, en el mejor de los casos, como “casera”. Por sí misma, aquella aventura ya representaba una hazaña notable.

Al año siguiente, regresaron con un grupo más fuerte y mejor preparado, que logró ascender hasta los 8,200 metros. Tan lejos y tan cerca. Antes de retirarse, decidieron hacer, a último momento, un intento final por alcanzar la cima, pero una avalancha cobró la vida de siete sherpas. El sentimiento de culpa acompañaría a Mallory el resto de su vida.

En 1924 llegó la tercera y última expedición. George Mallory iba acompañado por Andrew Irvine, Edward Norton, Noel Odell, John Macdonald, Edward Shebbeare, Geoffrey Bruce, Howard Somervell y Bentley Beetham. Sabemos que Mallory e Irvine partieron de su último campamento, ubicado a 8,200 metros de altitud, la madrugada del 8 de junio de 1924. Pasado el mediodía, su compañero Noel Odell aseguró haberlos visto a menos de 300 metros de la cumbre, durante un breve lapso entre continuas borrascas de nieve.

Caminaron hacia lo desconocido. Enfrentaron un clima adverso que empeoraba a cada paso. Tomaron decisiones en un entorno sin margen de error. Confiaron en un equipo rudimentario, que incluía tanques de oxígeno probados por primera vez en esas condiciones extremas. Demostraron que el deseo humano de lograr lo imposible no conoce límites.

Jake Norton —acreditado montañista y escritor—, quien ha estudiado como pocos esta expedición, opina que George Mallory y Andrew Irvine pudieron haber alcanzado la cumbre del Everest casi treinta años antes que Edmund Hillary y Tenzing Norgay, pero sucumbieron durante el descenso, extenuados por el esfuerzo o a causa de un accidente.

En mayo de 1999, un equipo de exploradores liderado por el alpinista estadounidense Conrad Anker encontró el cuerpo de George Mallory, 75 años después de su desaparición. Estaba notablemente bien conservado por el frío, con lesiones que sugerían una caída fatal.

El año pasado, cien años después, un equipo de National Geographic, encabezado por el escalador y cineasta Jimmy Chin, descubrió en la cara norte del Everest, en el glaciar de Rongbuk, una bota con un pie en su interior, el cual llevaba un calcetín con una etiqueta cosida con las iniciales y el apellido: S.C. Irvine. Se sabe que ambos llevaban una cámara fotográfica, la cual nunca ha sido localizada, y que podría, eventualmente, resolver el misterio que ha perdurado hasta nuestros días.

Brújula.- De visita en Toluca, ayer jueves, el Mtro. José Manuel Casanova -jefe de la primera expedición mexicana al Himalaya- estuvo presente durante la proyección del documental “Yalung Kang. Pioneros de la montaña”, que da cuenta de aquella proeza. Felicidades al Club de Exploraciones de México (CEMAC), sección Toluca, por lograr este valioso encuentro para la comunidad montañista mexiquense.

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