A la distancia, 2015 representó un parteaguas en la historia del montañismo nacional. Una ola de asaltos en el Parque Nacional Izta-Popo Zoquiapan movilizó a toda la comunidad para exigir a las autoridades que garantizarán la debida seguridad. Tristemente, el mayor peligro de ir al encuentro con la naturaleza ya no era el entorno en sí mismo, la falta de preparación o de equipo, sino la delincuencia.
En particular, la presión del colectivo Montañistas Unidos logró captar la atención del entonces gobernador del Estado de México, Eruviel Ávila Villegas. El resultado fue la creación de la Policía de Montaña, un agrupamiento integrado inicialmente por cincuenta elementos que recibió capacitación especializada de los propios escaladores. Su objetivo es salvaguardar la integridad de los visitantes en el más amplio sentido de la palabra.
La presentación oficial se realizó, literalmente, por todo lo alto: desde el Refugio de los Cien, a 4,800 metros de altura (sitio donde se había registrado uno de los últimos atracos en julio de aquel año). El entonces comisionado de Seguridad mexiquense, Eduardo Valiente, reconocía: “El ejemplo arrastra, los montañistas nos han puesto el ejemplo exigiendo y cooperando con la seguridad”.
Una década después, la sola presencia de la hoy denominada Policía de Alta Montaña y Zona Agreste, perteneciente a la Secretaría de Seguridad del Estado de México, representa un testimonio vivo de que, cuando hay voluntad y disposición para enfrentar los problemas, el trabajo conjunto de gobierno y sociedad puede hacer la diferencia.
Es cierto: se requieren más elementos y actualización permanente, porque el problema de la inseguridad en la gran mayoría de las montañas mexicanas persiste. Pero escatimar los avances —por mínimos que sean—, desdeñarlos por ignorancia o juzgarlos a la ligera, nos priva de exigir su mejoramiento.
Apenas la semana pasada, reportes oficiales indican que, tan solo en el primer semestre de este año, la Policía de Alta Montaña y Zona Agreste había atendido 317 emergencias: visitantes extraviados, lesionados e incluso apoyo en incendios forestales. Es decir, su labor va más allá de la simple y llana vigilancia.
El llamado de la montaña trae a colación este suceso de la historia reciente, justo ahora que un grupo de especialistas se ha comprometido a definir una estrategia para resolver el destino del Nevado de Toluca. Lo anterior resulta, cuando menos, inquietante.
Si continúas leyendo estos renglones, amable lectora o lector, ha llegado el momento de preguntarte si aún importa defender una parte esencial de tu identidad, un motivo de orgullo genuino, un legado que debe preservarse para quienes vienen detrás de ti.
La montaña no nos necesita; pero nuestra historia se proyecta en sus laderas. Defenderla es defendernos. Ojalá que, dentro de diez años, alguien vuelva a escribir sobre el Xinantécatl, no por su cierre o abandono, sino porque aprendimos a cuidarlo como parte de nosotros.
Brújula.- Esta semana, el rumbo informativo permanece en casa. El 10 de septiembre próximo se cumplirá un mes del accidente que obligó a las autoridades a cerrar indefinidamente el acceso al Nevado de Toluca. La comunidad de Raíces, ubicada en el municipio de Zinacantepec, cuyas familias viven principalmente de la venta de alimentos a quienes visitan el volcán, reciente ya la falta de ingresos. Otra legítima razón para que la prometida estrategia que se diseña no demore aún más.
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