Diana Mancilla

Fernandito y Dulce: la realidad que no queremos ver

Sin Titubeos

El asesinato del Niño de cinco años y la niña de 11, Fernandito y Dulce, dos en Chalco, por unas monedas, no se trata sólo de otra tragedia, de las que todos los días vemos en los medios de comunicación, y que, lamentablemente, hemos normalizado. Es una que a veces preferimos no mirar. Volteamos para el otro lado simulando que nada pasa.

La gobernadora Delfina Gómez rompió en llanto al hablar del tema, y lo que dijo conmovieron a las personas presentes en la inauguración de un centro para las mujeres, un espacio de protección. Lo que dijo, ahí precisamente , fue dolorosamente cierto: esto es una vergüenza para todos. Pero no solamente para las instituciones, para las autoridades, o el gobierno, sino para la propia sociedad, porque se ha fallado en lo más básico: proteger a niñas y niños que, de acuerdo con cifras oficiales, el mayor número de ataques a menores, abuso sexual, abuso infantil, proviene de familiares cercanos, de la familia, de conocidos, de gente de confianza del menor.

Las preguntas que Delfina Gómez lanzó al aire deberían ser escuchadas en todo el país: ¿Qué nos faltó para llegar a tiempo? ¿Qué no hicimos, o hicimos mal, que permitió que un niño de cinco años y una niña inocente perdieran la vida de forma tan cruel? Porque si esto puede pasarle a Fernandito y a Dulce, puede pasarle a cualquier niño o niña en México, sobre aquellos que viven en la extrema pobreza y el olvido.

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Cuando se es menor y se vive en pobreza, a veces ni siquiera lo percibimos, sólo cuando se sufre del hambre, pero ahí viene incluida la falta de educación. Lo más lastimoso para miles de infantes es el riesgo constante de la violencia, del abandono, pero hoy además, del reclutamiento por el crimen organizado, los niños como sicarios y las niñas para la trata.

En muchísimas colonias de Chalco —como en tantas otras zonas del país— el de los criminales es el único sistema que funciona con eficiencia. Hasta esos recónditos lugares no llegan los apoyos para la escuela, ni el DIF, ni patrullas, pero sí llegan halcones, reclutadores, drogas, violencia doméstica y la impunidad.

La pobreza no se trata nada más de una condición económica, es una condena social cuando va acompañada de indiferencia por parte de los responsables de las instituciones.

Lo mencionó claramente la gobernadora del Estado de México: no basta con cortar listones de centros de apoyo que luego se vacían. Hace falta presencia real, constante y comprometida en las calles y colonias más pobres. No se trata de estar detrás del escritorio, sino de caminar por los barrios, escuchar a madres, padres, niñas, niños, a los vecinos.

Que la Secretaría de las Mujeres y el resto de las dependencias salgan a las calles y zonas de pobreza, como lo pidió Delfina Gómez, es un inicio. Pero no debe quedarse sólo en esa petición y que lo hayamos registrado en los medios por la dimensión de las tragedias. Requiere que la atención de las mujeres y de la niñez sea real. El DIFEM, la Secretaría de las Mujeres, la Secretaría de Seguridad, la Secretaría del Bienestar, la de Salud, y la mayoría de las dependencias cívicas deben unirse para que esto no vuelva a pasar.

El crimen organizado, por ejemplo, la maldad en las personas, no espera. Recluta o secuestra menores cada vez más pequeñas y pequeños, ofrece poder a quien no tiene y lo premia (temporalmente). Pero castiga con la muerte a quien se cruza en su camino. Por eso, cada niño y niña que crece sin acceso a derechos reales, en la pobreza total, sin nada más que puedan robarle que su inocencia, es un blanco potencial. Lo saben quienes debían proteger a Fernandito y a Dulce, y por alguna razón, no estuvieron, no llegaron a tiempo para que hoy siguieran vivos.

La disculpa pública de la gobernadora es siempre bienvenida, porque es un acto de asumir la responsabilidad poco común, que poco se ve en la política mexicana, al contrario, hemos visto que les dan agua en lugar de tratamientos contra el cáncer. Debe reconocerse el gesto de la gobernadora mexiquense. Pero también debe hacerse un llamado a las y los alcaldes para saber cómo se protege al sector infantil. Seguro hoy se pondrá de moda.

Se trata de un tema no sólo de pobreza o seguridad, sino de humanidad, Porque no es solo un tema de género, o de pobreza, o de seguridad: es un tema de humanidad.

Pero no basta con condolerlos, con solidarizarnos un momento con la familia, y luego dar vuelta a la página. Se trata de que desde los gobiernos haya una voluntad política real, no simulaciones. Los niños y las niñas no pueden ser el sector más vulnerable. No deberían preocuparse de nada cuando deben estar en la escuela y en su casa. En actividades deportivas, divirtiéndose, viviendo su infancia.

Si me preguntaran cómo viví mi infancia contestaría que fue de las épocas más maravillosas de mi vida. Porque si bien vivíamos en pobreza, sí nos enfrentamos a peligros de posible abuso (lo sabes hasta qué creces) pero no pasó a mayores. Nada me preocupaba, sólo hacer la tarea (y eso a veces). Comíamos, jugábamos, disfrutamos nuestra niñez porque la situación no era tan peligrosa. Nos cuidaban los vecinos que nos conocían. Hoy, ni eso.

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