En el béisbol, todo ocurre entre costuras… y, cada vez más, entre plataformas. Esta semana, MLB anunció nuevos acuerdos de transmisión con ESPN, NBCUniversal y Netflix para las temporadas 2026 a 2028. No son solo contratos: son un rediseño completo de dónde y cómo veremos el juego. Y vale la pena detenernos a preguntar algo incómodo: ¿esto acerca el béisbol a más aficionados… o lo hace más difícil de encontrar?
El nuevo mapa del béisbol: MLB firmó tres acuerdos por alrededor de 800 millones de dólares anuales. ESPN seguirá siendo socio histórico, pagando cerca de 550 millones al año por un paquete de juegos entre semana y por los derechos de MLB.TV, que ahora se integrará directamente a la app de ESPN. NBC vuelve con fuerza: se queda con Sunday Night Baseball, el nuevo Sunday Leadoff y toda la ronda de Wild Card, repartidos entre señal abierta y Peacock. Y Netflix entra formalmente al terreno de los eventos en vivo: transmitirá Opening Night, el Home Run Derby y un juego especial al año, como el Field of Dreams.
Sobre el papel suena espectacular: más escenarios, más marcas, más dinero para la liga. Pero desde la tribuna la pregunta real es otra: ¿cuántas suscripciones necesitas para ver a tu equipo?
El lado luminoso. Reconozcamos los pros. Que Netflix transmita Opening Night y el Home Run Derby significa mostrar el béisbol en una plataforma que millones de personas abren todos los días sin buscar deporte. Para un juego que lucha por rejuvenecer a su audiencia, esa exposición vale oro.
NBC, por su parte, devuelve el béisbol a la televisión abierta en Estados Unidos por primera vez en más de dos décadas. Sunday Night Baseball en señal abierta puede llegar a hogares que jamás pagarían cable deportivo. Y la ronda completa de Wild Card en NBC/Peacock promete una postemporada más visible, más nacional y mejor producida.
ESPN, con los derechos de MLB.TV, podría simplificar algo que hoy es un rompecabezas técnico: una sola app, un solo ecosistema, acceso más simple a juegos fuera de mercado. Para quienes seguimos equipos desde México o Latinoamérica, esa integración podría significar menos complicaciones y más béisbol cotidiano.
Desde la lógica empresarial, todo hace sentido: diversificar socios, posicionar el producto en plataformas de alto tráfico y amarrar contratos cortos para ajustar sobre la marcha. Es MLB jugando ajedrez en medio de la guerra del streaming.
El lado oscuro. Pero también está la otra cara. Para el aficionado que solo quiere ver a su equipo, el mapa 2026-2028 puede sentirse menos como un plan maestro y más como un laberinto. Juegos en televisión abierta, otros en cable, otros en Peacock, otros en ESPN, otros en Netflix… y eso sin considerar Apple TV, FOX, TBS y las cadenas locales.
Cada exclusividad añade un escalón más al costo de entrada. No solo económico —más suscripciones, más cuentas, más cargos— sino mental: la necesidad de estar revisando constantemente “¿dónde pasan hoy al equipo?”. Esa fatiga no aparece en los ratings, pero termina definiendo la relación cotidiana con el deporte.
La narrativa oficial dice que este modelo “acerca” el béisbol a nuevos públicos. Y en algunos casos será cierto. Pero en otros, la realidad es que se está cobrando más caro un acceso que solía ser más sencillo. Los juegos exclusivos tienden a premiar al aficionado ya consolidado —el que paga lo que sea— más que al curioso que apenas empieza a asomarse.
¿Ayuda a crear nuevos aficionados? Aquí conviene ser honestos. Un juego aislado en Netflix no convierte a nadie en aficionado. Puede ser la puerta, sí, pero lo que crea pasión beisbolera es la repetición: seguir a un equipo, reconocer sus caras, entender sus rachas, vivir su rutina. Eso no se consigue viendo solo grandes eventos.
Los nuevos acuerdos privilegian momentos espectáculo: Opening Night, el Derby, el Field of Dreams, la Wild Card. Son necesarios e impresionantes, pero si el objetivo es “hacer crecer el juego”, deberían acompañarse de una ruta clara para que el aficionado pueda ver juegos normales sin sentirse en un examen de plataformas.
Para México y Latinoamérica es aún más complejo. Muchos de estos paquetes se diseñan pensando en el mercado estadounidense; fuera de él, los derechos cambian de manos, se redistribuyen y se mezclan con televisoras locales. El riesgo es doble: pagar más y aun así no saber con certeza qué cubre cada servicio.
La cuenta final: MLB gana dinero, visibilidad y socios gigantes. También gana algo simbólico: confirma que sigue siendo un contenido valioso en la guerra del streaming. Pero puede perder algo más difícil de recuperar: la sensación de que el béisbol está disponible.
Si ver un juego se vuelve una tarea complicada —tres apps, múltiples contraseñas, restricciones geográficas— muchos se quedarán con el resumen, el highlight o el clip de dos minutos. El juego sobrevive, sí, pero la relación profunda con el béisbol cotidiano se erosiona.
Al final, la pregunta no es si estos acuerdos son “buenos” o “malos”. La pregunta es: ¿qué tipo de afición quiere construir MLB? ¿Una basada en grandes eventos exclusivos y caros? ¿O una donde sea sencillo sentarse un martes por la noche a ver jugar a tu equipo?
Entre costuras; como aficionado, creador de contenido y profesor, mi postura es clara: me entusiasma que el béisbol llegue a nuevas pantallas, pero me preocupa que cada nueva pantalla venga con un candado más. Ojalá la entrada de Netflix atraiga a quienes nunca han visto un juego. Ojalá el regreso de NBC abra la puerta a nuevas generaciones que jamás tuvieron TV por cable.
Pero si de verdad queremos que el béisbol crezca, la consigna debería ser simple: fácil de encontrar, fácil de ver, fácil de amar. Lo demás —las exclusividades, las apps, las suscripciones— debería estar al servicio de esa idea, y no al revés.
Porque al final, el juego sigue ocurriendo en el mismo lugar de siempre: entre las costuras de una pelota que gira, mientras millones de personas intentan no perderla de vista. Sería una ironía dolorosa que, justo ahora que más pantallas pueden mostrarla, lo que nos la oculte sean las contraseñas.
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