En el béisbol, todo ocurre entre costuras. Pero hay ocasiones en que lo que más pesa no es lo que se juega en el diamante, sino lo que se decide lejos de él. La Serie del Caribe 2026, programada para disputarse en Venezuela, se ha convertido en uno de esos casos donde el silencio dice más que cualquier comunicado.

El comunicado que no dijo nada: Hace unos días, la Confederación de Béisbol Profesional del Caribe (CBPC) informó que México, República Dominicana y Puerto Rico no participarán en la edición de 2026. La explicación oficial fue escueta: "situaciones externas ajenas a su control". No hubo más. No se habló explícitamente de política, seguridad o diplomacia. Pero el vacío informativo fue suficiente para que el debate estallara.

En cuestión de horas, columnas, redes sociales y programas deportivos comenzaron a señalar un mismo telón de fondo: la tensión política y geopolítica en la región. No como consigna ideológica, sino como contexto. Porque cuando tres ligas históricas toman la misma decisión, al mismo tiempo, y con el mismo argumento ambiguo, es evidente que el problema va más allá de un calendario o una sede.

Cuando la política se vuelve logística: Conviene ser claros: nadie ha dicho oficialmente "no vamos por razones políticas". Y es importante respetar eso. Pero también es legítimo explicar cómo, en el deporte internacional moderno, la política rara vez aparece con nombre y apellido. Lo hace de forma indirecta, traducida en factores muy concretos: vuelos, seguros, visados, coberturas médicas, garantías contractuales, cumplimiento financiero, respaldo consular. Cuando cualquiera de esas piezas se vuelve incierta, los eventos deportivos empiezan a tambalearse.

Esas "situaciones externas" incluyen, según se deduce: dificultades de conectividad aérea tras la suspensión de vuelos comerciales internacionales, incertidumbre sobre coberturas de seguro en contextos de tensión regional, y preocupaciones sobre garantías consulares para delegaciones que incluyen ciudadanos estadounidenses y puertorriqueños. En las últimas semanas, el espacio aéreo y marítimo venezolano ha sido escenario de tensiones militares y despliegue de fuerzas en el Caribe. No es necesario tomar partido para reconocer que en ese escenario, mover delegaciones deportivas completas se vuelve complejo.

La Serie del Caribe no es solo un torneo. Es un evento que mueve delegaciones completas, transmisiones internacionales, patrocinadores, familias de jugadores, personal técnico y activos vinculados —en muchos casos— a organizaciones de Grandes Ligas. Para ligas como LIDOM, LAMP o la liga puertorriqueña, la responsabilidad institucional es enorme. No se trata solo de competir, sino de proteger a su gente.

Desde esa lógica, la decisión de no asistir no tiene por qué leerse como un desaire ni como una postura ideológica. Puede —y probablemente debe— entenderse como una decisión de gestión del riesgo. En contextos de incertidumbre regional, las ligas optan por la cautela. No por miedo, sino por responsabilidad.

No es la primera vez. Este escenario no es nuevo. En 2019, la Serie del Caribe también salió de Venezuela por razones similares vinculadas a la crisis política interna. Aquel año, el torneo se jugó en Panamá. Que esto vuelva a ocurrir en 2026 revela un patrón: uno de los pilares históricos del béisbol caribeño enfrenta dificultades recurrentes para ser sede confiable del evento más importante de la región. Y eso, más allá de culpas o señalamientos, es un problema estructural que la CBPC y las ligas deben atender. Porque la Serie del Caribe sin Venezuela no es la misma Serie del Caribe.

La comunicación: el problema dentro del problema. Ahora bien, el problema no es únicamente la decisión. Es cómo se comunica. Cuando el béisbol habla en eufemismos, deja espacio para la especulación. Y ese espacio, inevitablemente, lo ocupan la polarización y el ruido. La afición caribeña —apasionada, informada, profundamente ligada a este torneo— merece explicaciones más claras, aunque no sean cómodas.

La CBPC tiene la obligación de comunicar con transparencia. No se trata de revelar conversaciones confidenciales ni de generar conflictos diplomáticos innecesarios. Pero sí de explicar, en términos concretos, qué factores operativos impidieron que el torneo se realizara como estaba planeado. El silencio institucional alimenta teorías y divide a la afición.

Venezuela también tiene voz. También hay que decirlo: Venezuela ha sostenido que está lista para organizar la Serie del Caribe. Que tiene estadios, logística y voluntad. Y no es la primera vez que el país organiza un evento deportivo de alto nivel. De hecho, la Serie del Caribe 2023 en Caracas fue un éxito de público y organización. Ignorar eso también sería injusto.

El béisbol venezolano es una de las columnas históricas del Caribe. Su liga invernal produce talento de élite, su afición es de las más conocedoras del continente, y sus estadios han sido escenario de momentos memorables. Que hoy ese béisbol esté atrapado en circunstancias que van más allá del deporte no significa que deba ser borrado del mapa.

Por eso, más que buscar culpables, este episodio debería invitarnos a una reflexión más amplia: el béisbol caribeño es una red interdependiente. Cuando una parte se tensa, todas lo sienten. Y cuando la política regional se vuelve áspera, el deporte no puede fingir que vive en una burbuja.

El reto: construir puentes. La Serie del Caribe nació como un espacio de encuentro. Un torneo donde las rivalidades se juegan con pasión, pero también con respeto. Donde el idioma, la música, la historia y el béisbol se mezclan para recordarnos que, pese a todo, compartimos una misma identidad. Que hoy ese espacio esté en entredicho no debería celebrarse ni dramatizarse en exceso, sino atenderse con diálogo.

La CBPC ahora evalúa sedes alternas. México se ofrece, aunque apenas recibió el torneo en febrero de 2025 y tiene programada la edición 2027. Panamá aparece como opción, igual que otros países. Quedan menos de seis semanas para el inicio programado. Hay contratos comerciales, compromisos televisivos y una afición esperando respuestas.

Pero más allá de resolver la edición 2026, la Confederación enfrenta un reto mayor: garantizar que este torneo, patrimonio del Caribe, no se fragmente. Que las decisiones se tomen con criterios claros, comunicados abiertamente, y que todas las partes —incluida Venezuela— tengan un lugar en la mesa cuando las condiciones lo permitan.

Un cierre conciliador no es ingenuidad. Es reconocer que el béisbol necesita certezas para sobrevivir, pero también puentes para no fragmentarse. Si las condiciones no están dadas hoy, el reto de la CBPC y de las ligas es trabajar para que lo estén mañana, con transparencia, comunicación clara y voluntad de entendimiento.

Entre costuras tensas, la pelota espera. Porque al final, el béisbol caribeño siempre ha sido más fuerte cuando se construye en conjunto. Venezuela, México, Puerto Rico, República Dominicana —y todos los que se han sumado con los años— comparten más que un torneo. Comparten historia, pasión, identidad. Y aunque hoy algunas costuras estén tensas, la pelota sigue esperando. No para dividir, sino para volver a unir.

@elbarbondelbeisbol

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