En lo que va del mes he escuchado de tres casos de abandono de bebés recién nacidos en nuestro país. Tres pequeños seres que apenas habían llegado a este mundo y que ya fueron desechados como si su vida no tuviera valor.
Tres historias que nos confrontan con una cruda realidad: la carencia de valores, de empatía y de humanidad de mujeres y hombres que, por distintas razones, toman esta decisión desgarradora.
¿De verdad no existe otra salida? ¿En qué momento alguien piensa que tirarlos a la basura, dejarlos en una calle, abandonarlos a su suerte, es la única opción?
Lo pienso y me duele. Muchas mujeres anhelamos con todas nuestras fuerzas sentir en nuestro vientre y en nuestras manos a un bebé. Muchas otras recurren a tratamientos de fertilidad, inseminación artificial o donación de óvulos para cumplir ese sueño. Y, sin embargo, algunas, en un acto que parece inconcebible, renuncian a ese instinto profundo de cuidado y llegan a tomar la decisión más cruel: tirar a un recién nacido como si fuera un pañuelo desechable.
Pero más allá del juicio fácil, este fenómeno es el reflejo de una crisis social alarmante. Habla de mujeres que cargan con la soledad, con carencias económicas y emocionales, sin atención médica adecuada, sin acompañamiento psicológico, sin una red de apoyo real. Habla de decisiones tomadas en medio de la desesperación, la ignorancia, la violencia o el abandono.
Las cifras son frías pero reveladoras: entre 2010 y 2023 se reportaron 1,341 casos de abandono infantil en México (niños entre 1 y 5 años). Solo en 2023 se registraron 144 casos, un ligero descenso respecto a los 146 del año anterior, pero ambos datos siguen siendo históricamente altos. Las entidades más afectadas son Ciudad de México, Estado de México e Hidalgo, que concentran cerca del 65% de los casos.
Y aunque estas cifras son escalofriantes, lo verdaderamente grave es lo que reflejan: un sistema roto. Porque no basta decir que fallan las políticas públicas, o que fallan los funcionarios, o que falla la sociedad en sus valores. La verdad es que todo está fallando al mismo tiempo. Es el eco de madres atrapadas entre la pobreza, el miedo y la soledad. Es el espejo de una sociedad que ha normalizado la violencia hasta volverla parte de la rutina.
La pregunta que no podemos evadir es: ¿qué pasa por la mente de esas mujeres al tomar una decisión tan inhumana? ¿Acaso la despenalización del aborto no ha sido suficiente? En muchos estados ya es legal, gratuito y accesible. Y, aun así, pesa el estigma, la vergüenza, la mirada de una sociedad que juzga todo lo que hacen las mujeres: si abortan, si son madres solteras, si son demasiado jóvenes o demasiado pobres.
Las juzgamos por todo. Criminalizamos a quienes abandonan a sus bebés, pero pocas veces nos preguntamos qué las orilló a hacerlo. La famosa “sororidad” se desvanece frente al juicio rápido y la condena social.
No podemos seguir permitiendo que estos hechos se conviertan en noticias que solo provocan indignación momentánea. Si no actuamos, si no hablamos de frente, corremos el riesgo de volvernos insensibles.
Necesitamos, con urgencia, abrir el diálogo y socializar estos temas. Hablar del aborto no solo como un procedimiento, sino como un tema de calidad de vida y de dolor. Hablar de la soledad, de la violencia sexual, de la depresión posparto, de lo difícil que es ser madre sin apoyo. Dejar de idealizar la maternidad y entenderla en toda su complejidad.
Acompañemos a las mujeres, sobre todo a las más jóvenes y a las solteras. Ofrezcamos redes reales de apoyo. Que sepan que no están solas, que tener un hijo no tiene por qué ser una condena. Al contrario, puede ser también un acto de amor y una oportunidad de vida.
Hagamos que el abandono de recién nacidos deje de ser una opción. Convirtámoslo en un tema de conciencia, de prevención y de acompañamiento. Porque cada bebé abandonado no es solo una historia más en los noticieros: es un grito silencioso de dolor, de fracaso social, y también un recordatorio de que tenemos que hacer mucho más, y hacerlo ya.
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