Berenice Olmos

La descomposición social: ¿es el fin de la humanidad o solo un ajuste de la sociedad?

Rompiendo Barreras

En los últimos días han crecido las estafas. Por lo menos conocemos a alguien que ha sido víctima de alguna de ellas o, incluso, nosotros mismos. Hoy existen tantos métodos para engañar a la gente buena y noble, que a veces me cuesta creer que nosotros o personas cercanas a nosotros caigamos en fraudes tan elaborados.

Los estafadores utilizan aplicaciones móviles de pago para engañar a las personas y hacer que envíen dinero. Pueden, incluso, ofrecer entradas para conciertos o eventos deportivos, o un cachorro u otra mascota, pero nunca entregar lo que se compró. Un estafador podría también comprar un artículo, simular enviar un pago y luego cancelarlo antes de que llegue a la cuenta bancaria. O, incluso, suplantar a un amigo o familiar para pedir dinero prestado en su nombre. Hoy en día hasta las citas románticas en aplicaciones pueden ser una estafa. Es decir, ya no se puede confiar porque todo parece serlo.

Y últimamente ya tampoco es conveniente contestar llamadas de números telefónicos desconocidos, porque eso también puede ser una estafa.

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Este delito, que se comete usando el engaño, las mentiras y la manipulación para obtener dinero, información personal u otros bienes de valor, deja a la víctima en una situación complicada: entrega voluntariamente lo solicitado bajo falsas promesas o creencias erróneas. Además, suele quedar impune y es de difícil solución legal, especialmente cuando las estafas ocurren en línea, por teléfono, correo electrónico, mensajes de texto o en persona, pues los estafadores utilizan técnicas para ganarse la confianza y explotar a las víctimas.

El problema es que los estafadores juegan con nuestros sentimientos, necesidades e incluso con nuestro estado de ánimo del momento. Eso nos hace vulnerables y propensos a distraernos y cometer el error de creerles.

Si para nosotros los adultos es fácil caer en el juego de los estafadores, imaginemos lo que significa para nuestros hijos menores. Para ellos es casi imposible no ser víctimas. Por eso, es necesario buscar estrategias para mantenerlos seguros y, en lo posible, alejados de ciertos riesgos de las tecnologías. Todos los días los estafadores lanzan miles de ataques de phishing (correos electrónicos que simulan provenir de plataformas como Netflix o mensajes de texto al celular), y suelen tener éxito porque los usuarios de internet y teléfonos móviles seguimos cayendo en sus trampas.

Podría parecer que estas son las estafas más comunes; sin embargo, los estafadores son hábiles, se actualizan y renuevan sus estrategias constantemente. Tal es el caso de las tarjetas de débito o crédito con sensor de pago: basta con que el estafador acerque un dispositivo a tu cartera para pasar un cobro sin que lo notes.

Por eso, si sospechamos que alguien intenta estafarnos, debemos reportarlo y comunicarlo a la policía local o estatal. Necesitamos presentar denuncias y reportar los números telefónicos. Aunque parezca inútil, la policía cibernética debe ir mejorando y, a mi parecer, necesita ser robustecida para realmente enfrentar este número creciente de estafas, que se han convertido en un verdadero arte del engaño.

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