El ambiente universitario debería ser aquel espacio de crecimiento intelectual, de crecimiento y de libertad de opinión; sin embargo, en México para varias estudiantes, principalmente, la realidad es muy distinta, pues el acoso en sus múltiples formas sigue siendo una sombra que persiste y empaña la experiencia académica y vulnera la integridad de quienes buscan formarse dentro de la Universidad. El acoso ha sido y sigue siendo un problema sistémico que exige una acción contundente por parte de las autoridades universitarias.
La problemática del acoso en las universidades no comprende a casos aislados o a los supuestos “malentendidos”, pues las denuncias de acoso sexual, psicológico y abusos de poder por parte de profesores, compañeros y personal administrativo hacia las estudiantes son una constante preocupante en las instituciones de educación superior en México, de tal manera que se han dado movimientos feministas de denuncia y paros en las Universidades como reclamo a la opacidad de las autoridades ante esta problemática.
Los niveles de acoso y abuso dentro de las Universidades van desde comentarios inapropiados, insinuaciones y tocamientos no consentidos, hasta amenazas, manipulación académica y el uso de posición de autoridad para coaccionar. Todas esas acciones han sido normalizadas dentro del sistema universitario sin tomar en cuenta la gravedad de las secuelas en las estudiantes, como la ansiedad porque deben seguir conviviendo en el aula con su agresor a quien no denuncian por miedo, también se dan casos de depresión y hasta sentir culpa cuando ellas son víctimas.
Las instituciones han hecho múltiples campañas para fomentar la denuncia, pues el silencio es la mayor barrera para erradicar el acoso; sin embargo, éste ha sido impuesto por miedo a represalias, a no creerles a las víctimas y a la revictimización dentro de los propios procesos institucionales, ya que en la mayoría de las ocasiones los protocolos carecen de claridad, efectividad y no son confiables para la denuncia y atención de los casos, sin olvidar que hay algunos que no solo revictimizan sino que también protegen al agresor en lugar de a la víctima. Y todo esto genera un ambiente de impunidad que perpetúa el ciclo de abusos.
Por todo ello, es fundamental que las Universidades asuman su responsabilidad con la seriedad que merece este tema, estableciendo rutas de denuncia que sean sencillas, confidenciales y acompañadas con personal capacitado con perspectiva de género, garantizando la no revictimización y la protección integral de las estudiantes. También es importante mencionar que no basta con reubicar o suspender temporalmente a los agresores porque las conductas de acoso deben ser castigadas con severidad, llegando incluso con la expulsión definitiva sin importar la jerarquía o el prestigio del agresor.
La lucha contra el acoso dentro de las Universidades es una cuestión de justicia y de garantizar el derecho fundamental de cada estudiante a una educación libre de violencia. Es hora de que el silencio se quiebre por completo y que desde las aulas hasta la rectoría se construya un ambiente en donde el respeto y la seguridad sean los pilares indiscutibles de la vida universitaria.
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