La semana de prevención del embarazo adolescente es una iniciativa anual de la Organización Panamericana de la Salud (OPS) y de los países de la región para crear conciencia sobre el embarazo temprano y sus consecuencias, así como promover la salud sexual y reproductiva de jóvenes adolescentes. En México la semana de prevención del embarazo se conmemora del 26 al 29 de septiembre y se busca sensibilizar sobre la problemática y fomentar el acceso a información y servicios para que los jóvenes tomen decisiones informadas sobre su sexualidad.
Tenemos que abrir los ojos y reconocer que el embarazo adolescente es una problemática global, que es reflejo de las desigualdades sociales, la falta de oportunidades y la persistente deuda del Estado en materia de educación y salud. No podemos reducir esta problemática a la irresponsabilidad individual porque estaríamos ignorando una realidad multifactorial con consecuencias importantes a nivel individual, en lo familiar y comunitario.
Las consecuencias de un embarazo adolescente se ven en lo individual con la madre quien puede correr riesgos en su salud como preeclampsia, eclampsia e infecciones sistémicas, lo cual lleva a duplicar el riesgo de mortalidad materna en comparación con las madres adultas. También se llega a hacer presente una frustración del proyecto de vida, ya que en la mayoría de los casos hay un abandono de los estudios, reduciendo drásticamente las oportunidades de empleo y en algunos casos perpetuando el ciclo de la pobreza. Y una de las consecuencias que quizá menos importancia se le da es la afectación en la salud mental de la madre, pues en ocasiones se ve obligada a un aislamiento social, es estigmatizada socialmente, lo cual lleva a la joven a sufrir estrés, ansiedad y depresión posparto.
El embarazo adolescente es un espejo que nos devuelve la imagen de una sociedad y un gobierno que no están cuidando a las juventudes y en especial a quienes son más vulnerables. Por ello, es momento de dejar de juzgar y empezar a invertir en su potencial, asegurándoles a decidir sobre su cuerpo, su tiempo y su futuro, lo cual puede lograrse a través de brindarles una educación sexual integral que sea científica, laica y transversal, donde se promueva el conocimiento de su cuerpo, la toma de decisiones informadas, el consentimiento, la equidad de género y la prevención de la violencia.
Asimismo, es necesario educar de tal manera que no existan más tabúes sobre los anticonceptivos y que los servicios de salud garanticen el acceso fácil, gratuito y confidencial a una amplia gama de métodos anticonceptivos modernos para las y los adolescentes, que se dé fin a las barreras administrativas para tener acceso a ellos, así como a los prejuicios. Pero para poder lograrlo, la sociedad necesita, en conjunto con las instituciones y quienes toman decisiones, requieren dar soluciones integrales y basadas en los derechos, dejando de lado todos los tabúes y prejuicios, porque las y los adolescentes requieren ser más escuchados que juzgados.
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