El sistema de cuidados es una propuesta fundamental y un pilar que la sociedad necesita de manera urgente para funcionar de manera equitativa. El principal valor de este sistema reside en que eleva el cuidado de la esfera privada, donde tradicionalmente ha sido una carga invisible e impaga para las mujeres. No debemos olvidar que el cuidado sostiene a las familias, educa a las niñas y niños, atiende a enfermos y acompaña a los mayores; sin embargo, a pesar de su importancia vital, el trabajo de cuidado sigue siendo una labor invisibilizada y desvalorizada.
De manera milenaria se ha impuesto la idea de que cuidar es una tarea "naturalmente femenina", esta creencia, arraigada en un sistema patriarcal, ha confinado a las mujeres a la esfera doméstica, limitando su desarrollo profesional y personal. No es casualidad que sean mayoritariamente mujeres quienes reducen sus jornadas laborales o abandonan sus carreras para dedicarse al cuidado de hijos, hijas o padres. Esta elección, a menudo forzada por la falta de apoyo social y la rigidez del mercado laboral, tiene un impacto directo en su autonomía económica y en la brecha salarial de género.
El cuidado no es solo un acto de amor, también es una responsabilidad social y económica que nos concierne a toda la sociedad. Vayamos cinco años atrás y recordaremos que la pandemia de COVID-19 puso en evidencia la fragilidad de nuestros sistemas de cuidado y el rol crucial de las mujeres en la primera línea de respuesta. Madres, hijas y esposas se convirtieron en maestras, enfermeras y cuidadoras a tiempo completo, muchas veces sin redes de apoyo y con el desgaste emocional que esto conlleva.
Esta dinámica en donde las mujeres se vuelven las únicas cuidadoras no solo las afecta individualmente sino también perpetúa un ciclo de desigualdad. Al asumir que el cuidado es una tarea "femenina", se priva a los hombres de la oportunidad de participar activamente en la crianza y el cuidado de sus familias; además, se envía un mensaje claro a las nuevas generaciones: que las mujeres están destinadas al ámbito doméstico y los hombres al público. Para avanzar hacia una sociedad más justa, es imperativo desmantelar los estereotipos de género y reconocer el valor del trabajo de cuidado. Esto implica una corresponsabilidad real y efectiva, donde el cuidado de la familia sea una tarea compartida entre hombres y mujeres, y no una carga exclusiva para ellas.
Necesitamos políticas públicas que apoyen esta corresponsabilidad, esto incluye la creación de servicios de cuidado accesibles y de calidad, como guarderías y centros para personas mayores, así como la implementación de licencias de paternidad y maternidad que sean equitativas e intransferibles. Solo así podremos liberar el potencial de las mujeres y construir una sociedad donde el cuidado sea reconocido como un derecho y una responsabilidad colectiva, y no como una obligación femenina.
El cambio comienza en casa, pero se consolida en las políticas que definen nuestro futuro como sociedad.
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