A partir del 25 de noviembre se dio inicio a los 16 días de activismo contra la violencia de género, siendo una campaña internacional que tiene por objetivo generar conciencia sobre la violencia de género y promover la igualdad de derechos de mujeres y niñas. Este año, la campaña tiene como lema “derrumbar obstáculos y construir espacios seguros”, y dentro de estos espacios seguros se encuentra la construcción de maternidades que se sientan seguras y libres de violencia.

La maternidad es, a menudo, idealizada como la cúspide de la realización femenina porque a las mujeres se nos ha relacionado y dotado el rol de ser cuidadoras y dadoras de amor pleno e incondicional; sin embargo, detrás de esta imagen se encuentra una realidad que ha sido silenciada, me refiero a la violencia en la maternidad, la cual va desde la anulación de la autonomía, hasta la agresión física directa; así que por su complejidad y valor, es un tema que exige ser reconocido y desmantelado.

La violencia más conocida y, me atrevería a decir que más normalizada en la maternidad es la obstétrica, una forma de abuso institucional ejercida por el personal de salud hacia la mujer embarazada, en trabajo de parto o puérpera. Este tipo de violencia cuenta con prácticas que no solo se encuentran relacionadas con la falta de empatía y trato rudo, sino que también hay una violación de derechos humanos y reproductivos, ejemplo de ello es la imposición de procedimientos sin el consentimiento informado, ignorando los deseos y planes de la mujer, convirtiéndola en un objeto pasivo en su propio proceso vital. Y también encontramos aquí el trato deshumanizado con comentarios degradantes que minimizan el dolor y la experiencia emocional de la mujer.

Pero, la violencia hacia la mujer en la maternidad no sólo termina en la sala de partos o el quirófano, sino que tiene una extensión a la violencia social y estructural que margina a las madres, especialmente a quienes no cumplen con el ideal del perfil construido por a sociedad de buena madre, ya que se enfrentan a ser juzgadas constantemente por la forma de parir, de amamantar, de alimentar, de educar; haciéndola sentir bajo un escrutinio público que no la deja salir a flote.

A todo lo anterior ha de agregarse la falta de apoyo real, pues las licencias de maternidad en México son insuficientes, tres meses no bastan para recuperarte de un parto y dejar a tu hijo o hija al cuidado de alguien más, porque la y los bebés necesitan de sus madres, recordemos que de acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS), el mínimo de tiempo recomendado para la lactancia materna son seis meses. Pero nos enfrentamos a una sociedad y un sistema que exige a las

madres que sean profesionales, pero también dedicadas, sin ofrecerles las herramientas ni el soporte para cumplir en ambas tareas.

La maternidad no debería ser un campo de batalla, ni un espacio de sufrimiento, se necesitan madres plenas y felices. Por ello, reconocer y erradicar la violencia en todas sus formas dentro de la maternidad es un imperativo de salud pública y de justicia social. Es hora de sanar la experiencia de parir y de criar, devolviendo a las mujeres la dignidad y el control sobre sus cuerpos y sus vidas.

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